viernes, 4 de diciembre de 2009

Haacke y Buren: el arte como herramienta social

Hacer que los artistas hablen sobre el cuestionamiento de la relación entre artista, institución, obra y público y poner sobre la mesa estos aspectos sin dejar de mostrarlos y, por lo tanto, representarlos en el espacio físico de un museo o un centro de arte. Si partimos de la idea de que el arte contemporáneo, con sus numerosas aportaciones y confluencias con materias sociales como la política, la sociología, la antropología o los medios de comunicación es el vehículo idóneo para entender mejor la sociedad contemporánea, ¿Dónde están esos artistas? Pese a que muchos podrían decir que no existen, y que el arte contemporáneo es realizable por cualquier persona, afortunadamente existen artistas comprometidos con una ideología dispuestos a denunciar, por la vía del arte, eventos relacionados con el abuso del poder. Tomar al arte como herramienta necesaria tanto en la estética como en la denuncia.
Daniel Buren y Hans Haacke dedican su arte a reflexionar sobre todos los agentes que intervienen en el proceso de creación, exposición y especulación artísticas, los artistas realizan desde instalaciones hasta archivos fotográficos, en el que la autoría no tiene ningún valor, sino lo que puede comunicar la obra y generar en el espectador.
Buren y Haacke ponen en cuestión la labor del artista, su papel en el entramado artístico y social, y sus relaciones con las instituciones culturales. La cuestión de la institucionalización del arte fue problemática central del arte desde los setenta, tanto como la asunción de determinadas posiciones políticas. En el caso de Buren, proyectos como Inside (Centre of Guggenheim) de 1971 o Shapolsky et al. Manhattan Real Estate Holdings, a Real-Time Social System, as of May 1, 1971 en el caso de Hans Haacke, junto a otras muchas obras de esos años, demostraron el reto que suponía la concepción radical de que la información podía ser arte, así como la capacidad que todavía podía ofrecer el arte para desenmascarar sus vínculos con el poder, trabajando desde las tripas de la propia institución.

Desde entonces, siguiendo la estela del dadaísmo, numerosos artistas han tratado de producir obras indigestas para un estomago acostumbrado a asimilarlo todo. La cuestión es si se ha conseguido invertir una situación que se asienta en la definición misma de arte moderno, o si, como apuntaría Danto, de lo que se trata es del fin del arte, y de trabajar bajo otros parámetros que se llamarán arte o no.


“La idea de modernidad –señala Gablik– ha agotado su período de duración. Su legado nos exige que miremos ateniéndonos a su propósito y no a su estilo, si queremos lograr que la concepción personal se transforme de nuevo en responsabilidad social.
¿Ha fracasado la modernidad? Puede que no podamos responder a esta pregunta mientras no rectifiquemos los parámetros con los que valoramos no sólo la felicidad y la desdicha, sino también el éxito y el fracaso”.

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