viernes, 4 de diciembre de 2009

Arte de sitio específico

En los últimos años, el concepto de espacio público ha sido objeto de múltiples estudios y reconsideraciones. Desde diferentes perspectivas, su estatuto se ha vuelto problemático, principalmente en relación a la concepción moderna para la cual dicho espacio es sólo un escenario de la vida social.

Las teorías contemporáneas, en cambio, prefieren referirse al espacio público como un ámbito de construcción social, un terreno donde se negocian roles, identidades y relaciones de poder, el producto de la acción, la interacción y la competición entre los diferentes agentes que lo habitan. De esta forma, el espacio público ha dejado de poseer una identidad positiva para transformarse en el terreno de significaciones en constante transformación.

Las diversas representaciones que surgen de esas negociaciones no conviven, sin embargo, en igualdad de condiciones. En su análisis sobre la ciudad –un caso particular de espacio público– Martha Rosler señala: “La ciudad, cualquier ciudad, es un conjunto de relaciones a la vez que una concentración de edificios: es un lugar geopolítico. Más que una simple intersección de representaciones en conflicto, la ciudad está compuesta de múltiples realidades que raramente se cruzan y que cuentan desigualmente en los modos en que la sociedad se representa a si misma”.
Así como el espacio público cobra un nuevo sentido en las teorías recientes, también lo ha hecho el arte que se produce en ese terreno. En Public Art and Urban Identities, Miwon Kwon recoge la progresión del arte público en los Estados Unidos, reseñándola en tres estadios prácticamente sucesivos:


1.- El arte en los espacios públicos: típicamente, una escultura modernista abstracta colocada en un espacio exterior, con el objeto de “decorar” o “enriquecer” un área urbana, generalmente plazas o edificios públicos o corporativos.
2.- El arte como espacio público: obras menos orientadas hacia el objeto y con una mayor conciencia del lugar donde serán emplazadas, que generalmente tienen en cuenta el contexto urbano, la arquitectura o el diseño de los alrededores.
3.- El nuevo género de arte público: programas temporarios en los que los artistas trabajan con la gente del lugar, principalmente con los sectores marginales, focalizándose en cuestiones sociales o de identidad local o grupal.
A pesar de las limitaciones que incluso la propia autora ha señalado en esta clasificación, las transformaciones generales en las relaciones entre arte y espacio público aquí reseñadas permiten poner de manifiesto algunas de las claves que aún se pueden percibir en el trabajo de muchos artistas que eligen el espacio público como ámbito para su producción: la tendencia a evi-tar las instalaciones permanentes en virtud de intervenciones temporales y efímeras, el reemplazo del objeto artístico por la estimulación de los eventos y procesos, el abandono de la autonomía artística y de la figura del creador individual por las acciones en grupos y las colaboraciones participativas, el desplazamiento de las cuestiones estéticas hacia las políticas y sociales

Entre las diversas manifestaciones artísticas que han alcanzado el espacio público en los últimos años, la intervención urbana con afiches ha sido una de las más frecuentadas. Conjugando expresión, comunicación e información, artistas y colectivos de trabajo interpelan al transeúnte con imágenes enigmáticas, textos provocadores o propuestas participativas, transformando el entorno urbano en un nuevo ámbito para la reflexión estética, política o social.

En la ciudad, el afiche artístico convive con la oferta comercial, la propaganda política y la cotidianidad de los ciudadanos. En este contexto, sus relaciones con el entorno pueden inducir lecturas ambiguas, dudosas e incluso opuestas al sentido original: este es sólo uno de los riesgos que enfrenta la “obra” al desentenderse de las redes de contención institucionales de las "bellas artes". Sin embargo, ese riesgo puede tornarse en una de sus cualidades más contundentes, al poner de manifiesto la potencia de la que todavía es capaz la producción artística cuando se reinserta en los dominios de la vida cotidiana.


Al apropiarse de la ciudad, de sus calles y paseos comunes, los artistas no sólo ingresan discursivamente en la esfera pública, sino que, al mismo tiempo, cuestionan uno de los regímenes fundamentales de la moral burguesa. Como ha afirmado Abbie Hoffman, “para la clase media la calle es un símbolo extremadamente importante, porque todo tu proceso de experimentación de la cultura está encauzado a mantenerte fuera de la calle”. De igual forma, la reactivación del espacio público se opone a la coacción política contemporánea, sustentada en una elaborada tecnología de la privacidad hogareña, que induce el abandono de las áreas urbanas hacia sitios supuestamente más seguros e indudablemente más vigilados, desactivando las posibilidades de construcción y manifestación personal y social de los ciudadanos.




La expresión artística correctamente articulada en el espacio público puede, en opinión de Suzanne Lacy, poseer una relevancia social efectiva. Según la artista, la experiencia pública se ha manipulado al servicio de la publicidad y la política, por ejemplo, donde los productos y los políticos se vinculan al deseo y a los valores. La experiencia privada ha perdido su autenticidad en el ámbito público y quizás el arte, al menos simbólicamente, puede devolverla. En su opinión, la empatía es un servicio que los artistas todavía pueden ofrecer al mundo.

Por sus propias características, los afiches realizados por artistas y destinados al espacio público no encuentran una adecuada repercusión en el circuito del arte. Sin embargo, tampoco se encuentran completamente desvinculados de éste, ya que los propios artistas que los producen se definen, en la mayoría de los casos, en función de ese circuito. Lo más adecuado es, en realidad, considerar a esta práctica como una actividad fronteriza entre el mundo del arte y el entorno social. Justamente en ese tránsito se encuentra, probablemente, uno de sus fundamentos. “Si todo espacio se define por las prácticas que le «dan lugar», ello es más aún así en las fronteras, pues estas sólo existen por su relación con el acto de cruzar... En cierto modo, la frontera necesita ser cruzada para hacerse real; sino, sólo sería una construcción discursiva”.

Como sucede con el afiche publicitario o político, el artístico funda su productividad semántica en la interpretación. Y como asegura Nina Felshin, “la participación a través de la interpretación –una estrategia clave en el arte activista– es imposible si la ambigüedad y la oscuridad, a pesar de lo provocativa que se sea una obra, estética e intelectualmente, impiden su comprensión”.
Esto no significa que el afiche artístico sólo puede hacer uso del lenguaje corriente y no aspirar más que a la completa comprensión verbal. Si fuera así, pocas cosas lo diferenciarían de la publicidad comercial, que incluso puede llegar a ser más atrayente desde un punto de vista puramente estético. En realidad, los afiches realizados por artistas suelen ser más enigmáticos o mucho menos directos que sus pares comerciales. Pero además existen dos elementos que normalmente los diferencian. Por un lado, el afiche artístico no promociona ninguna “mercancía”; en todo caso, llama a la conciencia sobre alguna situación, hecho o acontecimiento. Por otra parte, en general, se presenta como un enunciado anónimo, potenciando al extremo la situación de su recepción pública.

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